viernes, 3 de enero de 2014

7. Imbécil

No tardé demasiado tiempo en olvidar el incidente con Aaron, el chico sordo. Los días continuaron sucediéndose con una mortal normalidad capaz de desquiciar a cualquiera. Salía bien temprano de casa, comía en la facultad, estudiaba y volvía a marcharme. A veces tenía un poco de tiempo para ayudar a papá en la tienda, pero no siempre, y no cada día. Los viernes eran mi día "especial". Era el día de ver a mis amigos y salir por ahí. No es que durante la semana los desatendiese, no es eso, pero apenas teníamos tiempo para almorzar juntos y estudiar. Hugh estudiaba Arquitectura bastante lejos de Michelle y de mí, quien estudiaba Filología Francesa en mi misma facultad. Él de vez en cuando se escapaba para poder vernos, pero no era lo común. Siempre acabábamos Michelle y yo sentadas en los jardines, charlando animadamente en algún idioma diferente al inglés para practicar y debatiendo sobre la literatura de la época victoriana. Era algo que nos absorbía a las dos totalmente, haciéndonos incluso vibrar de emoción cuando aportábamos nuevos datos a lo que ya sabíamos. Éramos ella y yo compartiendo unos sandwiches y unas risas, ajenas al resto de personas que nos rodeaba. De toda la vida había sido así y, lo juro, jamás hubiera querido que eso pudiera cambiar nunca.

Ese viernes se presentó como los demás. Llegué a casa bien entrada la tarde, pues había aprovechado para quedarme estudiando un rato en la biblioteca de mi facultad, que estaba muy tranquila a esa hora. El resto de alumnos parecía preferir aprovechar para salir y tomar algo en la calle comercial que rodeaba el edificio, mas aquel no era mi estilo. Las pequeñas y atestadas cafeterías me ponían absolutamente histérica, sobre todo con esos niñatos de primer y segundo curso gritando obscenidades y haciéndose los gallitos para el deleite de las chicas de su promoción. Mi reacción siempre era la misma: voltear los ojos y zambullirme en mi taza de café. Eso era lo único que echaba de menos de salir a esos locales, el caliente y amargo café que servían. Entré a mi cuarto silbando Radio Ga Ga de Queen, uno de mis grupos favoritos. Ashe, mi precioso gatito negro saltó sobre mí desde alguna esquina de mi cuarto y me hizo sobresaltarme. Lo tenía tan mimado que ni le regañaba al hacer esas cosas, aunque sabía que algún día me daría un susto de muerte. Dejé que se hiciera una pequeña bola en mi regazo y comencé a acariciarle detrás de las orejas mientras paseaba por mi cuarto soltando la mochila y la ropa de más abrigo. En casa solía quedarme con mis vaqueros y el jersey de rigor, si es que no llevaba falda y mis larguísimos calcetines de lana. Papá había encontrado años atrás una buenísima oferta para el gas natural, así que prácticamente la calefacción estaba encendida en casa todo el día. En épocas como aquella, de lluvia constante y frío invernal no había cosa que agradeciese más.

Dejé a Ashe sobre mi cama, donde volvió a hacerse una bolita de pelo maullador y me tumbé a su lado. Un suspiro cansado escapó de mis labios, aunque terminó por convertirse en un ronroneo similar al de mi pequeño gatito. Alargué un brazo y tomé una de mis almohadas, suaves y blanditas y me hizo una bola abrazada a ella. De por mí me hubiera quedado dormida, pues incluso cerré los ojos. El calor era tan agradable...

Pero claro, ¿cómo van a dejar a la pobre Cassandra dormir? ¡¿Cómo?!

—¡Caaaaaaassie!

La voz de Hugh me sobresaltó, haciendo que diese un nuevo bote en la cama y lanzase por los aires la almohada. De haber sido un ladrón y mi puntería hubiese sido buena, podría haberle dado y conseguido unos preciados segundos para gritar, pero sólo era el idiota de Hugh entrando en mi habitación como Pedro por su casa. Ofuscada lo miré a través de mi flequillo, que había decidido tener vida propia y revolverse aún más cuando yo salté. No me costó verlo ahí, parado junto al marco de la puerta, riéndose como un imbécil. Ashe ni siquiera se movió de su sitio, aunque yo lo miré bastante mal, alternando la mirada entre los dos varones más imbéciles del universo. De buen grado los hubiese asesinado a los dos en ese momento, a Hugh por interrumpirme y a Ashe por no defenderme. Luego se quejaban cuando era borde. ¿Cómo no iba a serlo, si no me dejaban descansar?

—Eres imbécil. —lo saludé con toda la cordialidad del mundo, aún con el ceño fruncido. Estaba acostumbrada a que no me llamase antes de presentarse en casa, pues mis queridos hermanos le abrían la puerta sin queja alguna. En esa casa todos estaban compinchados en contra mía. —¿Sabes que existe una cosa llamada "teléfono móvil"? ¡Y que de hecho tú me obligaste a comprar!

La respuesta de Hugh se hizo esperar, porque el muy idiota de él empezó a reírse a carcajadas a costa mía. Supongo que la escena era graciosa, con una chica que tenía una masa de pelo revuelto de color naranja sentada en una cama con pose asustada, ceño fruncido y resollando, pero particularmente a mí no me hacía ni pizca de gracia. Mi mirada se volvió más sombría y supongo que Hugh pensó que había llegado el momento de dejarme tranquila. Se secó las lágrimas de los ojos, que eran de un gris perla muy bonito, y volvió a mirarme con esa sonrisa suya tan característica. Un escalofrío de terror recorrió mi espalda. Cuando Hugh sonreía así no vaticinaba nada bueno.

—He quedado con unos amigos de clase para ir al cine, y Michelle y tú estáis invitadas. Creo que Paul y Matt os caerán bien y además, así nos divertís un rato. Las chicas de letras como vosotras sois seres dignos de estudio.

Mis ojos se abrieron de par en par al escuchar su odioso comentario, muy propio de él por otro lado. En silencio me puse en pie por fin y caminé hasta el lugar donde había caído mi almohada. Hugh parecía saber lo que se cernía sobre él, pero no se movió en absoluto. La almohada volvió a elevarse por los aires, pero aquella vez no fallé. Incluso podía haberle golpeado, pues mi amigo no era mucho más alto que yo, pero de momento prefería perdonarle la vida. Como ya dije hace algún tiempo, conseguía hacerme reír como nadie.

—Me reitero, eres un completo imbécil. No voy a salir contigo y tus amiguitos mononeuronales para que me vaciléis. ¡Olvídalo!

—Vamos, vamos, pelirroja... Perdona a este estúpido mononeuronal estudiante de Arquitectura y acepta a venir al cine. ¡Os dejaremos elegir película! Y además... —otra vez capté ese brillo malicioso en su mirada. Podía anticiparme a lo que iba a decir, pero no me apetecía escucharlo. No otra vez. —Matt está deseando conocerte. Le he contado todo sobre ti y, ¡de verdad, Cassie! ¡Jura que eres la mujer de su vida!

Mis gritos no se hicieron esperar. Durante lo que parecieron horas volví a gritarle lo rematadamente imbécil que eran él y sus amigos, y que no tenía que ir hablando acerca de mí con nadie. Encima, según me había contado ese tal Matt era un auténtico perla. Si esperaba que saliese con él la llevaba clara. No podía creer que quisiera volver a hacer de celestina conmigo. No después de lo de Lewis...

Al final me convenció. Siempre lo hacía. Aguantó mis gritos de buen grado, con esa sonrisa suya en el rostro y, después de pedirme perdón, me juró que lo pasaría bien. Era nuestro día especial, después de todo y no podía negarme a salir con Michelle y con él. Los demás integrantes del grupo eran seres de apoyo en aquella salida. Cerré los ojos tras escucharlo y asentí con la cabeza. Él se acercó a mí, me agarró por la cara y me besó en la mejilla antes de salir huyendo. Volví a gritarle y a pasarme repetidamente las manos por el lugar del beso, fingiendo una repulsión enorme por su gesto. Odiaba que la gente me tocase aunque obviamente tenía mis excepciones, pero Hugh no debía enterarse de eso. Una vez hube cerrado la puerta con todas mis fuerzas encendí mi pequeña radio, dejando que la música de Epica inundase la habitación y procedí a acercarme a mi armario para elegir la ropa que me iba a poner. Algo dentro de mí se había revuelto y parecía dar tumbos a lo largo y ancho de mi estómago. Hacer nuevos amigos no me era fácil y tolerar y aguantar a dos imbéciles también era misión imposible. Sólo podía rezar para que al menos oliesen medianamente bien y su presencia no fuese demasiado molesta. Sólo eso conseguiría consolarme...