viernes, 25 de julio de 2014

8. Wendy

La razón, para bien o para mal, de por qué me había ido a Cardiff y había conocido a Phil y a Jake no fue otra que Sharon.

Nos conocimos cuando aún no habíamos empezado la universidad, en un campamento. Yo había tenido historias con otras chicas antes, pero desde el principio con ella sentí algo especial. Nos entendíamos. Al terminar el verano, me abrumaba la idea de despedirme de ella y no saber cuándo la volvería a ver, por lo que terminé cometiendo el mayor error o el mayor acierto de mi vida; aún no lo he decidido.  La seguí a Cardiff, y durante los siguientes tres años, los primeros de nuestra estancia en la Universidad, aprendí a querer a alguien, a convivir en pareja, a extraer una enseñanza de cada discusión, a perdonar.

Aún ahora no entiendo qué fue lo que nos separó. No tengo ningún reparo en reconocer que la decisión la tomó ella. Tampoco le guardé ningún rencor por ello; ¿qué sentido habría tenido continuar viviendo un amor unidireccional? Ella tomó una decisión, y yo no pude hacer sino aceptarla. La ruptura no acabó con mi vida tal y como la conocía: pronto volví a ser la misma persona tranquila y optimista de siempre, pero mi disposición y mis ganas de conocer a alguien nuevo no volvieron. En mi fuero interno, la seguía esperando.

Una tarde decidí saltarme una clase para ir a correr cerca de Roath Park y así despejarme. Había quedado allí con Wendy, y aquél era su lugar favorito de la ciudad.
Wendy era la prima de Sharon, su compañera de piso, amiga y confidente. Creo que nos habíamos visto cuatro veces después de la ruptura; ninguno de los dos se atrevió a acabar también  con la tradición de ir a dar un paseo un par de veces al mes. Meses atrás, los tres nos comportábamos como si no hubiese una pareja entre nosotros. Después de aquello…bueno, tanto Wendy como yo tratábamos de comportarnos con naturalidad cada vez que nos veíamos.

Apareció luciendo marcadas ojeras y con aspecto descuidado. En principio no era de extrañar, puesto que durante sus dos primeros años de carrera compaginó sus estudios con un trabajo. Sin embargo, aquel día me pareció verdaderamente desganada. Era algo que no podía ocultarme: no en balde, prácticamente había vivido con ellas, durante la mitad de la semana, el curso anterior. La conocía demasiado bien.

Terminó confesándome que tanto Sharon como ella habían decidido dejar su piso de alquiler, y en consecuencia tendría que buscar un nuevo alojamiento.

-          No me voy a quedar en la calle, por supuesto- siguió, intentando parecer más animada. – En el vivero me han ofrecido la trastienda en alquiler. Estoy familiarizada con el sitio, así que no me supondrá un gran esfuerzo vivir allí.
-          Tú estás loca- le dije, apuntándola con un dedo acusador. Como suponía, no me dio una explicación de la decisión que tomaría su prima, y decidí no ahondar en el asunto.

Me iba a costar una buena explicación a Phil y a Jake si quería que le abrieran la puerta de nuestro piso a Wendy. Por supuesto, Jake no pondría ningún impedimento, por el contrario, sospechaba que se mostraría bastante complacido. En cambio Phil… No me gustaba nada la idea de alterar su entorno seguro, pero no podía permitir que Wendy, la chica que me había acogido en su espacio durante días en el transcurso de tres años, se quedara sin un sitio adonde ir.

Ya me parecía estar escuchando a Phil protestando con los brazos en jarras: “¡De ninguna manera vas a traer a otra Ingram a esta casa! ¡Me niego!”.

En su día, Jake, sabiendo de la pasión de Phil por Harry Potter, sugirió que podíamos referirnos a “ella” por el sobrenombre “Aquella-que-no-debe-ser-nombrada”. Creía, el muy iluso, que así podría ganar puntos frente a nuestro esquivo compañero  (sí, por alguna razón, a Jake le gustaba competir conmigo por el favor de Phil. Y con estos dos extraños seres comparto mi vida). Pero ni en sus mejores sueños llegará el día en que éste le dé la razón.

-Precisamente un buen Potterhead- argumentó Phil con tono solemne- sabe que temer a un nombre sólo incrementa el temor a lo nombrado. Y como única mente objetiva en esta casa, propongo que simplemente la llamemos Ingram.

Después nos deleitó con un discurso sobre el poder que ejercen los nombres y cómo llamar a una persona por su apellido consigue el milagro de despersonalizarla, mientras que, con un apodo, sentimos a la persona más cercana. Y, al menos, en este caso tenía razón. Cuando venía a mi mente el nombre de Sharon, únicamente recordaba momentos felices que me sumían en una especie de melancolía que nunca antes había experimentado. Cuando, sin embargo, pensaba en Ingram, el recuerdo era mucho más hostil. De esta manera, Phil, ese gran amante del dualismo, había logrado crearme uno.

Wendy insistió en que no quería causarme ningún problema. Sabía que estaba siendo sincera. Era demasiado independiente, y debido a esa faceta suya siempre prefirió pasar cualquier apuro antes que causarle la más mínima molestia a alguien.

-Hablaré con mis compañeros- le prometí a Wendy antes de irnos. –Y no te preocupes.

Me dedicó su primera sonrisa de la tarde y se despidió de mí con un asfixiante abrazo. Minutos después se perdió pedaleando enérgicamente entre los árboles del parque.